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El Término Mandalidad

Mandalidad pues; Posiblemente sea osado tratar de introducir o acuñar un término en cualquier ámbito, así como tratamos de hacerlo ahora en el ámbito mandala, pero así es, así de natural surgió en su momento y por ello sigo defendiendo este, para mí, bello término.

El término “mandalidad” no se encuentra en el diccionario de la real academia de la lengua, se podría decir que es nuevo; si es inventado por mí no lo puedo decir con exactitud dado que me parece una ocurrencia relativamente sencilla como para que nadie no lo haya empleado nunca antes, pero a pesar de haber investigado el tema hasta cierto punto, no he encontrado empleo ni referencia alguna antes de mí.

Hemos visto que el mandala forma parte del arte sagrado de la antigüedad oriental. En su “importación” a Occidente podría decirse que Jung es una figura personal importante, aunque no seamos muy exactos con esta afirmación, pues los mandalas ya estaban en Occidente como lo han estado siempre en todas partes. Lo que resulta más exacto considerar es el acercamiento "tangible" que este psiquiatra suizo, discípulo de Freud, nos proporcionó, tanto al concepto como del objeto, contemplándolo desde una nueva óptica, despojada de lo sagrado (podría decirse hasta cierto punto) pero a partir de la cual elaboró nuevas y ciertas tesis que son la semilla plantada para que hoy hablemos de, y elaboremos mandalas.

O quizás de “Mandalidades”, y aquí (con el debido respeto) introduzco mi visión y opinión del asunto, pues vemos que el mandala, si queremos ser históricamente exactos, es otra cosa que la simple disposición de elementos geométricos en torno a un punto central; con lo cual prefiero hablar de “Mandalidad” y de “Mandalidades” en lugar de mandalas en general, aunque el término esté muy extendido y tampoco aprecie peligro de "sacrilegio" importante en su uso. Mi rigor personal me sugiere que reservar la palabra “Mandala” para referirnos al Arte Sagrado de Oriente, del que también encontramos explícitos ejemplos en Occidente, siempre será un pequeño tributo a esta realidad que diferencia claramente este arte del que cualquier persona puede emprender al desarrollar una mandalidad durante una tarde, a solas o con amigos, alejados de connotaciones religiosas e incluso espirituales, siendo más bien un sano entretenimiento, desarrollo personal y autoconocimiento.

Y para que se entienda bien mi postura dejo claro también que no desdeño en nada ni en absoluto todas y cada una de las creaciones mandálicas que podemos realizar a nivel personal, profesional o aficionadamente, pues en ellas es segura la presencia de vibración personal, pero también sagrada en cierto modo, pues en todos está lo sagrado y en toda actividad mandálica se hará presente lo que he denominado mandalidad, parienta directa de los mandalas del arte sagrado, o sea, de los mandalas en sentido estricto; con lo cual y de alguna manera todos hacemos arte sagrado, sagrado en cuanto que expresión de nuestro interior, expresión de nuestro verdadero ser que ha conocido a lo largo de las edades y las encarnaciones, esta y otras formas de arte sagrado, arte inspirado, por sencillo que pueda revelarse a ojos expertos, a ojos analistas de arte moderno.

Mantener pues las palabras distintas de “mandala” y de “mandalidad” creo es apropiado para diferenciar y no desvirtuar el antiguo arte sagrado del mandala de la práctica relativamente fácil y cotidiana de hoy en día, para que su significado simbólico no se diluya ya más de lo que está, señalando así que el mandala es un símbolo (en mi opinión siempre hay arquetipo en él), además de proporcionarnos verdadero arte sagrado, pues debe ser entendido lejano a un elemento meramente decorativo, una visión que se ve actualmente propiciada por la accesibilidad de materiales, razones y significados no para “hacer mandalas” y de “practicar el mandala”, si no para “hacer mandalidades”.

Insistiendo en el carácter sagrado de este arte, hemos dicho que lo sagrado también está en nosotros, y a este respecto debemos pensar que como todo arte y siempre en el arte (y en todo concepto e idea), se da el acto de adoptar formas nuevas que lo perpetúan, acentuando su vitalidad, su vida, su universalidad y actualidad en todos los sentidos. Si en la ignorancia generalizada que hay de los significados profundos del Mandala, encontramos esas formas circulares que vemos con frecuencia y que hacemos en casa o en grupos de taller, y nos producen sensaciones de paz, beldad, misterio, autoencuentro, etc, es porque hay algo de especial en esas construcciones, con lo cual creo yo que hay algo del verdadero (u original) mandala entre nosotros, en una forma asimilable por nuestra cultura y nuestra vida moderna, tan alejada del antiguo Budismo Tántrico.

Una mandalidad se podría definir pues como cualquier obra construida en atención a un patrón o a una razón, geométricamente hablando; no se exige pues una delimitación exactamente circular, pero si me gusta incluir la simetría, que es un tipo de orden particularmente bello para mí, arquetípico también. La “Simetría” es un tipo de “Orden” concreto que pone en correspondencia partes o elementos distintos o repetidos; pudiera conjeturarse que es un tipo de “Comunicación”. Por otro lado, si hay un patrón o propósito, en alguna manera y grado quedará contenido en la obra; si cuando hacemos o coloreamos un mandala estamos dando con una expresión personal, expresión de nuestro interior, indudablemente estamos buscando “una simetría” que es este reflejo que se materializa en el transcurso y resultado del “ejercicio mandálico”.

Así pues, en la actividad mandálica cultivamos la paciencia, si, y también cultivamos “valores” menos evidentes, menos tangibles quizás, comunes, como ha revelado la ciencia, a circunstancias de los patrones naturales del cosmos, hasta su más ínfima intimidad, las Partículas Elementales.

Significa esto que nos estamos comunicando con ellas?, no lo sé y es aventurado decirlo (quizá más aventurado decir que tienen algo que decirnos), sin embargo son objeto de interrogación y participamos con ellas de la existencia, su multiplicidad construye nuestra realidad, en ellas la ciencia busca actualmente el significado de todo, de ellas aprendimos que casi toda la materia física es vacío, y vacío es lo que “llenamos” entre el centro y la periferia del mandala.

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Prefiero hablar de “Mandalidad” para referirme a la cualidad que incluyen estos casos, y de “mandalidades” en sus creaciones concretas, en lugar de mandala estrictamente; puede parecer ingenuo quizás, incluso alguien dirá que este es un asunto absurdo; ello no impide ni desamina para emprender mi “pequeña teoría del arte”, una modesta contribución al arte mandálico desde una perspectiva conceptual y filosófica que jamás se contraindica con nada y, creo yo, tampoco está de más.

Así pues, bien una flor de Jazmín o una Margarita, sin ser circulares son mandalidades, bellas y regulares construcciones de la naturaleza. No es mi intención corregir a quien considere que son “mandalas naturales”, “mandalas florales” o simplemente mandalas; esta es una puntualización que doy y creo que la discusión, en caso de ser tal, no es estéril ni mucho menos, una idea que se avala en la presencia tan marcada del arte mandálico en el seno del arte sagrado oriental (sobretodo), el cual se distingue en el ámbito del arte y de la religiosidad, desarrolla una tradición y, en esta línea creo que en absoluto pretende ser integrado como tal en lo que hoy se entiende “popularmente” por mandala. Con ello podemos concluir, quizás no por una necesidad pero si por una "adecuidad", en el empleo de otro término.

Artículo de Dan Varllej
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"Sobre el Término Mandalidad"
© 2012 Dan Varllej

Mandalidad Floral

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